Volcadura

Vas fresca por la vida, o crees que vas fresca por la vida. Sientes cosas horribles, tu pensamiento te asusta y aprendes a escribir para vomitar palabras, porque dejarlas guardadas adentro hace que tu existencia sea imposible. Aun así, vas fresca por la vida, o crees que vas fresca por la vida. El presente marcha sobre ruedas, ¿no? Circulas como en una carretera lisa. Ayer bebías cerveza, despreocupadamente según tú, con tus colegas, todos hombres que esperaban verte perdiendo el control. Siempre esperan que pierdas el control. No lo pierdes, ríes. Pisas el acelerador a fondo, sin clutch, para hacer gruñir el motor que no va en marcha. Todos ríen.

¿Quién eres? ¿Quién te crees?

Llegas a casa, sola, la risa se ha borrado. Te acuestas a dormir. ¿Cenaste? No. Sientes un hueco. ¿Es hambre o es el mismo hueco de siempre? Se hace de día. Despiertas. El hueco ha duplicado su tamaño. Eres más vacío que sustancia. El desayuno no lo llena, el baño de agua caliente, el café cargado, nada. Pero como vas fresca por la vida, decides que es buena idea salir a caminar; te sientes como leona enjaulada, no puedes manejar así. Vives en un lugar muy hermoso, es una fortuna, pero esos colores y esas jardineras tampoco llenan el hueco.

¿No estás feliz? ¿No te tomas todo a la ligera? ¿Qué te oprime? ¿Por qué quieres llorar?

Tomas el carro, dos horas más tarde de lo planeado. Qué importa. Ya sabes que puedes recuperar un poco del tiempo perdido acelerando. Hay tráfico, aceleras. Demasiados vehículos de carga, aceleras. Metiste la quinta, normal. A toda prisa no se puede sentir el hueco. Sientes velocidad y no vacío. Rebasas, rebasas. Vas ganando. Les estás ganando a todos. Que se quiten, vas a pasar. Lentos, puros lentos y tú llevas prisa.

Tienes pericia, eres hábil tras el volante. Nada frena tu ruta, nunca nada te ha detenido. Has logrado sortear cada obstáculo. Pensándolo bien, no has tenido obstáculos. Tu vida es esa carretera lisa y sin curvas, tal vez un mínimo bache. Podrías dudar de tu pericia si tus caminos siempre han sido sin dificultad, pero no lo haces. En este punto se pierde el límite entre ingenuidad y engreimiento. ¿No es simple ignorancia?

Vas pensando en los regalos de la existencia. Pocos, muy pocos. Prácticamente ninguno. Todos fueron señuelos. Te obsequiaron cosas de a mentiritas y nada que durara. Lo único real y duradero es tu decepción y quizás (quizás) una reptante angustia existencial, pero no, vas fresca por la vida, todos te vieron ayer riendo y tomando cerveza. “Tanto tanto, para esto”, piensas. Tanto estudiar, tantos dieces, tantas horas de ballet y danza, tanto creerte tan listilla, para terminar en una carretera rumbo a un pueblo perdido donde no te espera nada mas que, quizás (quizás) una aventura con un hombre casado. Por que todos tus colegas están casados ¿no? Y aún así te andan buscando entrada. Eres listilla, claro que te das cuenta, por eso bebes despacio y no pierdes la cuenta.

“Entonces, ¿esto es vivir?”, vas pensando mientras aceleras y rebasas a todo el mundo. Qué fácil es vivir, sólo hay que acelerar y rebasar a quien vaya lento. Un hombre que te quiere detener, lo rebasas; un pleito, lo rebasas; un error, lo rebasas; un güey que se pasó de lanza contigo, lo rebasas; un mal amigo, lo rebasas; los artículos de la maestría, los rebasas; el hueco, lo rebasas; la náusea, la rebasas; tu latente inseguridad, la rebasas; tu necesidad de complacer a todo el mundo, la rebasas. ¡Un perro! Un perro grande y negro se ha metido a la autopista, quiere cruzar. A él no lo rebasas, ¡no puedes! El perro se interpone en tu camino. Derecha, izquierda. Chirrido de llantas.

De pronto estás suspendida. Qué fortuna que practicas (practicabas) danza aérea. Aprendiste a sostenerte con tus dos manos. Te aferras al volante. Jamás te habías aferrado así a algo. Posición de bloqueo. Arriba se vuelve abajo, abajo se hace arriba. “No, no, no, no, no. ¿Por qué? ¡Carajo! ¿Qué van a decir? ¿Qué van a decir? Van a hablar de mí, se van a burlar. Perdí el control, ellos ganaron.” “Entonces no iba tan fresca por la vida, no era tan hábil, eso le pasa por estarse haciendo la chingona y querer pasarse de lista.”

Pero volcaste. Tu vehículo dio por lo menos dos giros de trecientos sesenta grados, porque terminaste en el acotamiento del sentido opuesto de tu camino. ¿Viste? La vida te redireccionó. Vas mal, vas mal, vas mal. ¡Que vas mal! Manda al perro para que te saque del camino. Al perro no lo ibas a ignorar, no lo podías rebasar, los perros atraviesan nuestras vidas, ralentizan nuestras vidas, no las andan como nosotros.

Volcaste, acabaste en el sentido contrario. No giraste llena de gracia sobre tu eje vertical. Diste tumbos aparatosos que te desplazaron sobre el eje de las equis. El carro se fue a la basura y tú te tardaste todavía un año en comprender, o más de un año. A los diez días de incapacidad, todavía con las cervicales frágiles y adoloridas, querías volver a la vida. ¿A cuál vida? ¿A la que viene o a la que va?

Pero volcaste, el accidente sucedió cuando ibas y la vida te pidió volver. No te dejó ir. (¿O fueron las oraciones de tu madre? Tú insistes en que fueron los rezos de mamá). Entonces es a la vida que viene. El camino de regreso. La ruta de venida. ¿A dónde te estabas yendo que te tomó tanto volver? ¿A dónde te dirigías que sólo una volcadura te hizo reformular el camino?

Te estabas dejando ir, fresca, por el torrente de nada de lo que he tomado lo he deseado y no he sabido desear porque no aprendí a escucharme, por la cascada de las consecuencias. ¿Cuándo aprendiste, al contrario, a proponerle tú a la vida? Tenías miedo, el camino que hubieras propuesto no era el correcto.

Pero volcaste, te recuperaste y ¡decidiste! seguir por el camino de vuelta. En el sentido opuesto ya no importa lo correcto, es el mundo del revés. No sólo fue el carro, fue tu propio concepto de ti, fue tu sistema de creencias, fue tu cabeza. Todo se removió. Todo, todo. En el sentido contrario ya no se busca crecer para arriba, se busca desparramarse, ensancharse, derramarse, colarse en los intersticios del suelo y de una misma, profundizarse. Ya no tiendes al infinito, tiendes al cero. El cero es el centro. No es la inercia la que te hace andar, es tu voracidad. En el mundo del revés, tu parsimonia casi apática se volvió deseo anhelante imposible de contener. Aquí se develan las verdades, vale la esencia y no la apariencia. Ya no circunvuelas entre aves rapaces, te rodean mujeres que aman verte en control. El hueco ahora está lleno. Todo cobra sentido de vuelta a casa, que tampoco es volver al caparazón.

Según tú, ya no vas fresca por los caminos, aunque hay distintas opiniones. La cuestión es que ya no te interesa definirlo, ni demostrarlo. Vas. Mejor dicho, vienes. Eso es lo único que importa. Porque volcaste y se te redireccionó la ruta, para volver a ti, a los tuyos, a tu infancia, a tu centro, a la luz. Volver es un ejercicio interminable, pero intentas practicarlo cada día; al menos vas ganando en convicción. La vereda del regreso está mucho más accidentada que la autopista de ida, es un interesante paisaje y te encanta.

Eres el cliché de la volcadura. Sí, qué le vas a hacer. Parte tu camino en dos, de hecho, en tres, es tu punto de inflexión. Eres el antes, el después, los impactos y los momentos de transición. Exacto, ya sabes quién eres y crees en ello. Hasta confías. A veces te preguntas si no seguirás en el torbellino, todavía aferrada al volante, dando tumbos. Se te ocurre que tal vez el verdadero camino son las volteretas, un giro a cuarenta y cinco, a noventa, a ciento ochenta grados; y luego constatar con sorpresa que aterrizaste de pie. No obstante, estás segura de dos cosas: la primera, estos vuelcos que te encuentras dando son con toda intención, tú lo decides porque lo deseas; la segunda, tu primer pensamiento al volcar ya no es una negación, ni una preocupación por lo que otros van a decir, al revés, todo en ti y en torno a ti grita sí y con permiso y miren, esto he creado a partir de mis volcaduras.

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